domingo, 5 de junio de 2011

Mercadillos.



La culpa de mi afición por ir al mercadillo la tiene mi madre. Cuando era jovencita, la acompañaba muchas veces a hacer la compra de los sábados. Lo que entonces no era más que una obligación, ahora que ya no lo es, me gusta. Y me gusta por el colorido de las verduras y frutas apiladas, su frescura y amplia variedad, por el ambiente y la vida que dan las paradas, al sitio donde se instalan durante unas pocas horas.



Y es que debajo de ese aspecto efímero y frágil, hay una tradición tan antigua, que empezó cuando el hombre primitivo se dio cuenta que podía cambiar cosas que no necesitaba, por otras que sí, (en vez de intentar robárselas al vecino; alguno queda aún, que no lo ha comprendido).


Desde luego la función principal del mercado ambulante,  es la compra-venta, pero también ha servido en otros tiempos, de punto de encuentro y reunión, en épocas en que la  comunicación era difícil y escasa. Incluso hoy en día, tropiezas allí con personas que hace mucho tiempo que no veías, aún siendo vecinos.

                                      

Eso sí, mejor ir temprano, porque a media mañana está tan abarrotado que casi no se puede andar.
Estoy pensando que tal vez, lo que realmente me atrae, son los recuerdos lejanos ya, de mi  juventud…



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