jueves, 25 de agosto de 2011

Relativismo


CECILIO NIETO Ya estamos de nuevo con el tema de siempre: el papa fustiga sin piedad al relativismo al que empareja con la mediocridad, entre otras lindezas. A veces la palabra relativismo suele confundirse con eslóganes tan fáciles como falsos: todo es relativo; lo que para ti es bueno, para mí es malo; lo que para uno es blanco, para otro es negro. Visto así, la cosa es inadmisible, además de una estupidez.

El relativismo es una teoría que se remonta a los albores de nuestra cultura; el filósofo griego Protágoras decía que el hombre es la medida de todas las cosas, es decir, el que atribuía importancia y valor a las cosas, a los hechos, a los acontecimientos. Desde luego, era un adelantado a su época. El tiempo le ha dado la razón con creces. Por ejemplo, los colores. Creíamos que eran seis (violeta, azul, rojo, verde, amarillo y naranja), que eran los que existían independientemente de nosotros, como los que vemos en el arco iris. Al cabo de muchos años, esa idea que los colores existen independientemente de nosotros ha resultado falsa. Miren cómo se define ahora el color: el color es una percepción visual que se genera en el cerebro al interpretar las señales nerviosas que le envían los fotoreceptores de la retina del ojo y que a su vez interpretan y distinguen las distintas longitudes de onda que captan de la parte visible del espectro electromagnético. O sea, que el color lo capta nuestro ojo y lo interpreta. ¿Cuántos colores realmente existen? No lo sabremos, dado lo limitado de nuestros sentidos. Podemos decir, en conclusión, que el color es relativo a nuestra capacidad de percibir. ¿Y la cultura? Con la cultura pasa lo mismo, de lo contrario no podríamos explicar las diferentes culturas de los pueblos ni el cambio cultural que ocurre en la misma cultura. ¿Y con la moral? ¿Lo bueno y lo malo son relativos al ser humano? Sí, sin duda alguna. Lo que ayer fue bueno o deseable, hoy es indiferente. Por ejemplo, una chica decente; el concepto de decencia todo el mundo sabe que ha cambiado radicalmente; antes era referida al sexo y hoy no. La moral es, por tanto, relativa a la cultura y al momento histórico. Sin embargo, llega el papa y dice que no; que ha de haber principios inamovibles, universales. Es verdad que las religiones los tienen. Y todos esos principios están dados (eso nos cuentan) por Dios. En el caso de la religión católica hay que remontarse a los principios judaicos de Moisés, en los 10 Mandamientos, y a los que se dio, y nos dio, la Iglesia Católica. Si uno los piensa, esos mandamientos no son otra cosa que normas de conducta que un pueblo debe seguir si no quiere autoaniquilarse. Recordemos que Moisés, harto de ver a aquellos cafres matarse entre sí, optó por el numerito del monte Sinaí, y para darle valor a su testimonio, dijo que lo había dictado su Dios. Y al que no los cumpliera, lo mataría (lo que sucedió varias veces). No está mal empezar así cumpliendo el mandamiento de No matarás.
Benedicto XVI debería recordar las víctimas de la Inquisición, sometidos a múltiples torturas y muerte posterior. Y todo en nombre de Dios. ¿A quién se quiere engañar? ¿Y qué ha pasado con el sexto mandamiento: No desearás a la mujer del prójimo? Ha pasado de todo, claro. ¿Y con el hijo del prójimo? Eso no lo dice Moisés; por eso, ¡viva la pederastia!
Decir que hay principios inmutables es mucho decir. Comprendo que ustedes me repliquen, ¿y la Filosofía? ¿No busca principios inmutables también? Sí, también los busca, como las religiones. La Filosofía hace lo mismo que las religiones, excepto en atribuir la causa de los mismos; las religiones lo ponen Dios; la Filosofía, en la razón, que es como un dios, pero laico. Ni unas ni otra han dado respuesta cierta y adecuada a lo de los principios. Ni lo han encontrado ni pueden hacerlo. Los principios son valores que regulan las conductas humanas en colectividad orientados a la convivencia. En las constituciones políticas encontramos esos principios: normas que puedan ser asumidas por todos porque procuran el convivir en paz. Esto se llama relativismo. Y quiere decir que una sociedad no se halla prisionera de sus propias decisiones, cuando éstas sean inservibles. No significa que todo deba cambiar; ni que cuando algo cambia sea por capricho o por motivos superficiales. Por ejemplo, la amistad es un valor social, un principio si quieren, que no tiene por qué cambiar. A todos nos gusta que se mantenga. Sin embargo, el concepto de libertad (de conciencia, de prensa, de pensamiento), otro principio, que se ha ido ganando con el tiempo, a base de lucha constante. Una sociedad que no es relativista, es una sociedad esclava de valores ajenos. Y las sociedades deben ser autónomas. La religión no debe tener nada que ver con esto: ellas pertenecen a otro mundo. Dejemos nuestro mundo a nosotros mismos.

Fuente: http://www.diarioinformacion.com/opinion/2011/08/25/relativismo/1161278.html

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