ANTONIO RODES El viernes, este diario publicaba una de esas
noticias que unen a su indiscutido interés la cualidad de sumirte en una
sugerente reflexión. La policía detiene en el Aeropuerto de Alicante -del Altet
para los ilicitanos y para los muy suspicaces vecinos del Altet- a un individuo
por agarrar por el trasero a una señora. Gran noticia. Y algunas preguntas que
le vienen a uno. Y por qué tocar el trasero de una señora. Y para qué.
Vamos a ver, quizás fue sin querer. Un aeropuerto es un
lugar proclive al hacinamiento. Si no con derecho, sí al menos con facilidad
para el roce. Tal vez fue un simple restregón inevitable. Un choque inocente.
Hay culos que no se pueden esquivar. Y, sin embargo, a la trena. Curiosa
lección sería ésta. No son buenos los tiempos que corren para la inocencia. Ni
para gente ingenua o poco avisada que se ve condenada a dar con su despiste en
comisaría.
Quizás fue un ataque de ira. De hecho el periódico alude a
que al detenido se le veía una persona airada. Es posible que tuviese la
necesidad compulsiva de emprenderla con alguien. De descargar sobre él la
inmensa frustración con que la vida suele golpear a la gente común en esta
crisis. Y quizás, en un momento de lucidez dentro de su desatada furia, en vez
de asir por el cuello a la primera persona que encontrase acertara a
emprenderla con el primer trasero que se le pusiera por delante. Si fuera así,
estaríamos curiosamente ante un desahogo responsable, de consecuencias
limitadas y soportables. Y, sin embargo, a la trena.
Yo ya sé que ustedes están pensando que definitivamente se
trataba de un cara. De un cara salido. De un incontinente sexual. De un ser
desaprensivo que aprovecha el barullo para arrimar el trasero a su sardina, con
perdón. Y ¿qué le harán? ¿Qué pena le impondrán? ¿En virtud de qué? ¿De la
violencia del tocamiento? ¿Del tamaño del objeto de sobo?... Sin duda, una pena
en virtud del menoscabo de la dignidad y el respeto debidos a una persona.
La pregunta es: por qué somos tan acertadamente rotundos y
contundentes en la respuesta frente al agravio físico e individual, y tan
incomprensiblemente perezosos y dubitativos con el agravio social.
Adelante con el pillastre del aeropuerto. Pero, perdónenme,
hay otras muchas formas a través de las cuales nos están atropellando por el
trasero. De manera avasalladora. Sin contemplaciones. Sin pudor. Sin la
consideración debida a la dignidad. Qué tal la desaparición de cerca de
trescientas camas hospitalarias del sistema sanitario valenciano, justificadas,
con obsceno descaro, como optimización de recursos, dejando en manifiesta
precariedad a nuestra infraestructura sanitaria que ya ostentaba el penoso
récord de presentar los peores estándares del país. Qué tal el descaro con que
se ejerce la desobediencia autonómica a la aplicación de la Ley de Dependencia,
dejando que nuestros dependientes sumen a su dolor la frustración de una
esperanza incumplida y saboteada. Qué tal el drástico recorte del aparato
educativo valenciano, con dos mil profesores menos que el curso anterior, que
amenaza con agrandarse tras el 21 N. Recorte agraviante y suicida a un tiempo,
que limita los derechos de los jóvenes de esta tierra y compromete
irreversiblemente su futuro que pasa, indefectiblemente, por la formación de
recursos humanos altamente competitivos. Incluso, el abrupto tajo a logros
menores como los bono-libros, las becas de comedor, ayudas todas ellas
consolidadas a lo largo de los años y que permitían capear el temporal a las
familias de escasos recursos.
Toda una sistemática y decidida demolición de aquello que,
al modo de los países desarrollados, nos habíamos dado como dividendo social.
Un derecho. Justamente obtenido en el tiempo. Injustamente negado ahora. Y con
el manido argumento de Fierabrás de que con esta crisis no lo podemos pagar.
Cabe decir alto y claro que no es verdad. Que la opción del
recorte social no es una opción económica, que es una opción ideológica. Que no
es una decisión técnica, que es una orientación política. Que caben otras
opciones más allá de hacer pagar la crisis a quien no la provocó. Que ya está
bien de andar atropellando el trasero de los peatones indefensos. Que cabría
decir "basta!" y exigir la adecuada pena para quien menoscaba la
dignidad y el respeto debidos a toda una colectividad.
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