lunes, 17 de octubre de 2011

La crisis y el trasero


ANTONIO RODES El viernes, este diario publicaba una de esas noticias que unen a su indiscutido interés la cualidad de sumirte en una sugerente reflexión. La policía detiene en el Aeropuerto de Alicante -del Altet para los ilicitanos y para los muy suspicaces vecinos del Altet- a un individuo por agarrar por el trasero a una señora. Gran noticia. Y algunas preguntas que le vienen a uno. Y por qué tocar el trasero de una señora. Y para qué.

Vamos a ver, quizás fue sin querer. Un aeropuerto es un lugar proclive al hacinamiento. Si no con derecho, sí al menos con facilidad para el roce. Tal vez fue un simple restregón inevitable. Un choque inocente. Hay culos que no se pueden esquivar. Y, sin embargo, a la trena. Curiosa lección sería ésta. No son buenos los tiempos que corren para la inocencia. Ni para gente ingenua o poco avisada que se ve condenada a dar con su despiste en comisaría.
Quizás fue un ataque de ira. De hecho el periódico alude a que al detenido se le veía una persona airada. Es posible que tuviese la necesidad compulsiva de emprenderla con alguien. De descargar sobre él la inmensa frustración con que la vida suele golpear a la gente común en esta crisis. Y quizás, en un momento de lucidez dentro de su desatada furia, en vez de asir por el cuello a la primera persona que encontrase acertara a emprenderla con el primer trasero que se le pusiera por delante. Si fuera así, estaríamos curiosamente ante un desahogo responsable, de consecuencias limitadas y soportables. Y, sin embargo, a la trena.
Yo ya sé que ustedes están pensando que definitivamente se trataba de un cara. De un cara salido. De un incontinente sexual. De un ser desaprensivo que aprovecha el barullo para arrimar el trasero a su sardina, con perdón. Y ¿qué le harán? ¿Qué pena le impondrán? ¿En virtud de qué? ¿De la violencia del tocamiento? ¿Del tamaño del objeto de sobo?... Sin duda, una pena en virtud del menoscabo de la dignidad y el respeto debidos a una persona.
La pregunta es: por qué somos tan acertadamente rotundos y contundentes en la respuesta frente al agravio físico e individual, y tan incomprensiblemente perezosos y dubitativos con el agravio social.
Adelante con el pillastre del aeropuerto. Pero, perdónenme, hay otras muchas formas a través de las cuales nos están atropellando por el trasero. De manera avasalladora. Sin contemplaciones. Sin pudor. Sin la consideración debida a la dignidad. Qué tal la desaparición de cerca de trescientas camas hospitalarias del sistema sanitario valenciano, justificadas, con obsceno descaro, como optimización de recursos, dejando en manifiesta precariedad a nuestra infraestructura sanitaria que ya ostentaba el penoso récord de presentar los peores estándares del país. Qué tal el descaro con que se ejerce la desobediencia autonómica a la aplicación de la Ley de Dependencia, dejando que nuestros dependientes sumen a su dolor la frustración de una esperanza incumplida y saboteada. Qué tal el drástico recorte del aparato educativo valenciano, con dos mil profesores menos que el curso anterior, que amenaza con agrandarse tras el 21 N. Recorte agraviante y suicida a un tiempo, que limita los derechos de los jóvenes de esta tierra y compromete irreversiblemente su futuro que pasa, indefectiblemente, por la formación de recursos humanos altamente competitivos. Incluso, el abrupto tajo a logros menores como los bono-libros, las becas de comedor, ayudas todas ellas consolidadas a lo largo de los años y que permitían capear el temporal a las familias de escasos recursos.
Toda una sistemática y decidida demolición de aquello que, al modo de los países desarrollados, nos habíamos dado como dividendo social. Un derecho. Justamente obtenido en el tiempo. Injustamente negado ahora. Y con el manido argumento de Fierabrás de que con esta crisis no lo podemos pagar.
Cabe decir alto y claro que no es verdad. Que la opción del recorte social no es una opción económica, que es una opción ideológica. Que no es una decisión técnica, que es una orientación política. Que caben otras opciones más allá de hacer pagar la crisis a quien no la provocó. Que ya está bien de andar atropellando el trasero de los peatones indefensos. Que cabría decir "basta!" y exigir la adecuada pena para quien menoscaba la dignidad y el respeto debidos a toda una colectividad.

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