sábado, 1 de octubre de 2011

La crónica




Aprovechando que tenía que hacer una gestión para mi hija en la Facultad de Altea, he viajado hasta allí en tren, (solo son 100 km. Ida y vuelta). Me apetecía, así que dicho y hecho, esta mañana he madrugado y me he plantado en la estación del TRAM.

La ida me ha parecido muy buena, con puntualidad y con el silencio de un vagón casi vacío, lo que me ha permitido dejar volar mis pensamientos mientras miraba por la ventanilla.
Pero la vuelta ya ha sido otra cosa, se acabó el sosiego. El vagón ha empezado a llenarse y las conversaciones que me rodeaban no me dejaban concentrarme en mis cosas.

Ahí va una pequeña muestra:

Cuatro estudiantes novatos que han subido en Altea, andaban a vueltas con el tiempo que tardaban todos los días en ir de Alicante a la Facultad y volver, apenas han empezado el curso y ya se estaban dando cuenta de que es un despropósito emplear casi cinco horas diarias en el traslado. Como no alquilen un piso entre varios y se queden allí toda la semana, los estudios se van a ir al garete en menos que canta un gallo.

Tenía enfrente a una mama con dos niños de entre 8  y 12 años, que no paraban de comer patatas fritas y al mismo tiempo discutir machaconamente sobre si se habían rozado con el pie y el daño causado, menos mal que la madre que parecía bastante sensata ha podido y querido poner orden.


En los asientos de atrás iba una parejita de adolescentes que no han dejado de tirarse los trastos a la cabeza constantemente: por las fotos y comentarios del Facebook, por los mensajes del móvil, por  quien ponía el dinero para el tabaco… El chico por lo visto andaba un poco desmemoriado, porque ella le ha recordado por lo menos tres veces que era su novia. Se han quedado en Villajoyosa, tampoco su relación llegará mucho más lejos.

La señora de mediana edad sentada al otro lado del pasillo le ha contado en pocos minutos a su vecina de asiento,-y a los demás viajeros- todas las enfermedades de su esposo, el poco caso que le hacía a sus recomendaciones y la vida saludable que ella se aplicaba. La pobre vecina ponía cara de circunstancias y no abría la boca.

En  Playa de San Juan han subido dos mujeres que se podrían catalogar por su aspecto y forma  de hablar como “pijas”, entre otros muchos complementos, llevaban unas gafas de sol de esas que a mí me recuerdan los ojos de una mosca gigante, y que no se han quitado a pesar de estar dentro del vagón y con el día nublado. Les parecía ideal ir de compras y a comer con las amigas sin tener que coger el coche gracias al TRAM (claro que el revisor les ha hecho notar que no habían pasado la tarjeta por el contador, pero pelillos a la mar, una distracción la tiene cualquiera)

-¿Y tú?, me dice esa vocecilla interior con la que hablo de vez en cuando, ¿tú, como te catalogas? ¿Como una cotilla que escucha las conversaciones de los demás? ¡y seguro que estas pensando ponerlas en el blog!.

-¡Un momento! ¡Alto ahí! Son ellos los que usando un volumen tan alto en un espacio tan pequeño, me obligan a escuchar sus conversaciones. Yo  no le pregunto a nadie, ni puedo evitar oírlos, pero la verdad es que me lo ponen en bandeja.

Así que, yo lo que hago es una crónica de lo visto y escuchado. Por lo tanto de cotilla nada: soy una cronista, de lo absurdo la mayoría de las veces, pero siempre totalmente real. Además, cronista suena mucho mejor, ¡donde va a parar!.

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