Aprovechando que tenía que hacer una gestión para mi hija en
la Facultad de Altea, he viajado hasta allí en tren, (solo son 100 km. Ida y
vuelta). Me apetecía, así que dicho y hecho, esta mañana he madrugado y me he
plantado en la estación del TRAM.
La ida me ha parecido muy buena, con puntualidad y con el
silencio de un vagón casi vacío, lo que me ha permitido dejar volar mis
pensamientos mientras miraba por la ventanilla.
Pero la vuelta ya ha sido otra cosa, se acabó el sosiego. El
vagón ha empezado a llenarse y las conversaciones que me rodeaban no me dejaban
concentrarme en mis cosas.
Ahí va una pequeña muestra:
Cuatro estudiantes novatos que han subido en Altea, andaban
a vueltas con el tiempo que tardaban todos los días en ir de Alicante a la Facultad
y volver, apenas han empezado el curso y ya se estaban dando cuenta de que es
un despropósito emplear casi cinco horas diarias en el traslado. Como no alquilen
un piso entre varios y se queden allí toda la semana, los estudios se van a ir
al garete en menos que canta un gallo.
Tenía enfrente a una mama con dos niños de entre 8 y 12 años, que no paraban de comer patatas
fritas y al mismo tiempo discutir machaconamente sobre si se habían rozado con
el pie y el daño causado, menos mal que la madre que parecía bastante sensata
ha podido y querido poner orden.
En los asientos de atrás iba una parejita de adolescentes
que no han dejado de tirarse los trastos a la cabeza constantemente: por las
fotos y comentarios del Facebook, por los mensajes del móvil, por quien ponía el dinero para el tabaco… El chico
por lo visto andaba un poco desmemoriado, porque ella le ha recordado por lo
menos tres veces que era su novia. Se han quedado en Villajoyosa, tampoco su
relación llegará mucho más lejos.
La señora de mediana edad sentada al otro lado del pasillo
le ha contado en pocos minutos a su vecina de asiento,-y a los demás viajeros-
todas las enfermedades de su esposo, el poco caso que le hacía a sus
recomendaciones y la vida saludable que ella se aplicaba. La pobre vecina ponía
cara de circunstancias y no abría la boca.
En Playa de San Juan
han subido dos mujeres que se podrían catalogar por su aspecto y forma de hablar como “pijas”, entre otros muchos
complementos, llevaban unas gafas de sol de esas que a mí me recuerdan los ojos
de una mosca gigante, y que no se han quitado a pesar de estar dentro del vagón
y con el día nublado. Les parecía ideal ir de compras y a comer con las amigas
sin tener que coger el coche gracias al TRAM (claro que el revisor les ha hecho
notar que no habían pasado la tarjeta por el contador, pero pelillos a la mar, una
distracción la tiene cualquiera)
-¿Y tú?, me dice esa vocecilla interior con la que hablo de
vez en cuando, ¿tú, como te catalogas? ¿Como una cotilla que escucha las
conversaciones de los demás? ¡y seguro que estas pensando ponerlas en el blog!.
-¡Un momento! ¡Alto ahí! Son ellos los que usando un volumen
tan alto en un espacio tan pequeño, me obligan a escuchar sus conversaciones.
Yo no le pregunto a nadie, ni puedo
evitar oírlos, pero la verdad es que me lo ponen en bandeja.
- Así que, yo lo que hago
es una crónica de lo visto y escuchado. Por lo tanto de cotilla nada: soy una
cronista, de lo absurdo la mayoría de las veces, pero siempre totalmente real.
Además, cronista suena mucho mejor, ¡donde va a parar!.
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