¡Los niños no cuentan mentiras, es algo muy feo!, le dice una abuela a
su nieto.
Yo que estoy a su lado, pienso: Desde luego, para eso ya estamos los
adultos, y sino que me lo digan a mí, que me pasé toda la infancia envuelta en engaños
de los mayores.Algunos ejemplos para demostrarlo:
Me trajo una cigüeña, nada menos que desde París, ¡que a saber donde
estaba eso!. Envuelta en un pañuelo y colgando de su pico. ¡Casi nada!
Eran los Reyes Magos, si te habías portado bien, los que te traían los
juguetes desde Oriente –otra vez con la dichosa Geografía-, en una noche tenían
tiempo de repartirlos todos ¡Y en camello!
Se te caía un diente y un ratón muy simpático, llamado
Pérez, te dejaba un regalito o dinero. Pero… ¡Si todo el mundo odiaba los
ratones!
Te contaban o leías
cuentos, que decían eran muy bonitos para dormir, pero de eso nada, la mayoría daban miedo, a mí más de
una vez me quitaron el sueño.
Y sobre todo el cruel castigo reservado a los mentirosos:
Les crecería la nariz como a Pinocho. Etc, etc, etc...
En fin, confieso que yo también les hice creer a mis hijos
algunas de estas mentiras que van pasando de generación en generación. La
excusa… que no es más que fantasía, pero mentiras al fin y al cabo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.