Ya está, lo tengo clarísimo, lo he consultado con la
almohada y en el horóscopo (me ha costado recordar de que signo soy) y he
resuelto que de este año no pasa, si sigo retrasándolo, tal vez llegue tarde y
me pase toda la vida siendo pobre, para morir rica, así que el día 22 de este
mes, ha llegado mi momento y sin ninguna duda ¡ME TOCA LA LOTERÍA!
Sólo un pequeño requisito imprescindible hace falta: tendré
que comprar un décimo. Dicho y hecho,
esta mañana me he acercado a la administración de lotería de mi barrio y ¡caray!
La cola llegaba hasta la esquina, casi parece la del paro. Y es que las dos
tienen una cierta relación, no porque sean las mismas personas las que hacen
ambas, sino porque cuando peor anda la cosa de dinero, más se invierte en los
juegos de azar con la esperanza de arreglar la economía familiar. ¿Será eso lo que me empuja hoy a mí? No recuerdo
haber comprado nunca décimos en una administración, siempre que he jugado ha
sido porque me lo han ofrecido y por compromiso, no lo he rechazado.
Bueno, el caso es que cuando me voy acercando a la
ventanilla, me surge un importante dilema: ¿Qué número compro? Hay tantos.
Venga, venga… piensa rápido que te llega tu turno y estás totalmente indecisa, ¡Uf!...
si solo hubiera uno no tendría ningún problema. Claro, pero tengo que decidirme, no puedo
comprarlos todos, con eso no arreglo mi economía, más bien la destrozo.
-¿Qué número le doy? Me pregunta la dependienta
-Deme el que Vd.
quiera, sea el que sea ¡me va a tocar seguro! Le respondo, y... me he quedado tan ancha.
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