De contrabando.

Llegó a casa como el contrabando: oculto y de noche. Hacia frio y mi hija lo escondió debajo de su abrigo.

Aquella noche, me pareció extraño que pasara hacia su habitación casi sin saludar, así que entre a ver que ocurría y allí estaba él, un cachorrito que parecía un peluche vivo.

-¿Pero qué has hecho? Le pregunté.

-¡Mamá por favor, sabes que siempre quise tener un perro!

-Y yo siempre te dije que un piso no es sitio para un animal, que necesita tener espacio y además da mucho trabajo y responsabilidad.

-Yo lo cuidaré y me haré cargo de él, prometió muy convencida.

-¡No digas tonterías! en cuanto crezca no le harás caso y un animal no es un vestido, que cuando te cansas de él lo dejas de lado. Así que mañana sin falta, lo devuelves y ¡no se hable más!

No sé si fue en este momento, pero recuerdo que el cachorro empezó a andar y sobre la alfombra blanca recién comprada, apareció una mancha de lo mas sospechosa ¡era lo único que faltaba!

En fin, han pasado tres años y medio y Yogui, ha crecido mucho (en contra de lo que aseguraba su dueña) y después de haber pasado por la etapa de la incontinencia, dentición (donde destrozó zapatos y hasta bikinis), indigestiones y algún que otro susto, tengo que decir que me alegro de tenerlo en casa. Es tan cariñoso, listo y noble que hubiera sido una pena perderse esta experiencia, a pesar de los inconvenientes, que son muchos, no se puede negar.

Ah! Por cierto, de la promesa “yo lo cuidaré y me haré cargo de él”, se ha cumplido lo mismo que mi orden de “lo devuelves y no se hable más”, aunque en descargo de quién la hizo diré que no es por falta de cariño, ni mucho menos.