Estoy leyendo el libro “La otra cara de la verdad “de Donna Leon, y en uno de los capítulos me ha llamado la
atención una curiosa interpretación de lo que representa una pintura. Los
personajes de la novela se encuentran delante de un cuadro que retrata a una
dama del siglo XVII, la dama en cuestión parece pertenecer a un nivel alto de la
sociedad y está bastante rolliza. Y esta es la explicación que da uno de los espectadores:
“-Es un cuadro sorprendentemente moderno dijo el conte, llevando a Brunetti hacia dos
sillones tapizados de terciopelo que podrían haber sido hechos para acomodar a
miembros de la alta clerecía.
-A mí no me lo parece -dijo Brunetti, sorprendido de lo
cómodo que era el formidable sillón-. De moderno no tiene nada.
-Representa el consumismo -dijo el conte agitando la mano hacia la pintura-. Fíjate en su corpulencia
y piensa en la cantidad de comida que ha tenido que ingerir para crear toda esa
masa de carne, para no hablar de lo que habrá de tragar para mantenerla. Y fíjate
en el color de las mejillas: le gusta el vino: Imagina también la cantidad. Y
ese brocado. ¿Cuántos gusanos de seda tuvieron que morir para la confección de
ese vestido y ese manto, y para la tapicería del sillón? Fíjate en las joyas.
¿Cuántos hombres perecieron en las minas para extraer ese oro? ¿Y el rubí de la
sortija? Mira el frutero de la mesa que está a su lado. ¿Quién cultivó esos
melocotones? ¿Quién fabricó la copa que está junto al frutero?
-Brunetti miraba ahora el cuadro desde esta nueva óptica,
viendo en él la manifestación de la riqueza que alimenta el consumo y, a su
vez, es alimentada por él. El conte
tenía razón: podía interpretarse de esta manera, pero también podía verse en él
una muestra de la maestría del pintor y de los gustos de su época.”
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