viernes, 28 de octubre de 2011

La eficaz sagacidad de los inspectores de Hacienda




LOLA PEIRÓ Hace algunos días, un amigo me invitó a tomar café en su casa de campo, un lugar de veras cálido y acogedor. En la zona trasera de la parcela tienen un espacio dedicado al cultivo de algunos vegetales para el consumo familiar y desde otro ángulo se pueden ver dos olivos y un algarrobo. Son árboles bastante jóvenes aún, aunque ya se les ve muy buena arboladura. Las algarrobas son recogidas por amigos que tienen algún animal, son pocas pero no es cosa de perderlas (no desesperen, les juro que todo esto viene al caso). En cuanto a los dos olivos, mi amigo y su mujer recogen el fruto -unos diez o doce quilos nada más- y se las apañan para que un vecino que también recolecta las pocas suyas, les haga el favor de acercarlas a la almazara para que juntas las elaboren. No son más que unos pocos litros, pero les hace ilusión conseguir ese aceite producto de su cuidado. ¿Que dónde voy a parar con este pacífico relato que parece sacado de La casa de la Pradera?

 Pues voy al día en que mi amigo fue a hacer la declaración de la renta con todos sus papeles en regla, sin fraudes ni "escondeduras". Y cuál no sería su sorpresa cuando el funcionario que le advierte, con un gesto que denota cautela, le dice: "No señor, aquí le sale algo más". Eso, mirando a la hierática pantalla del ordenador. Un gesto así puede alarmar al más templado porque la Administración -sección Hacienda- cuando mueve sus tentáculos, aun siendo uno inocente, causa cierto pavor. Y como mi amigo no es Camps ni pertenece a su club con esa filosofía de "perpetra, con tal de que el presunto delito pueda prescribir", al dueño del aceite le dio un vuelco el corazón porque se vio ya, despavorido, en el trullo y al lado del Malamadre. "Usted, dice el empleado, tiene aquí actividades agrícolas por un valor de trece euros, y por lo tanto ha de cotizar cuarenta y nueve céntimos a Hacienda". ¡¿El aceite?! Exclamó para sus adentros el dueño del olivo. Y luego dijo, levantándose de la silla como si fuera a desenfundar: "¡La madre que los parió!".

Entonces mi amigo, este hombre tranquilo de natural apacible, entrando progresivamente en santa cólera y no sin antes advertir al empleado que los exabruptos no eran nada personal, le hizo estas inquisitivas preguntas cargadas de ironía que sacó de su disco duro ubicado, cómo no, en las entrañas: "¿Cómo la Administración puede ser tan diligente y perspicaz para desenmascarar un presunto fraude de cero cuarenta y nueve céntimos de euro (fruto del olivo que, por el despliegue de medios bien pudiera ser el de Atenea en el Partenón), y esos sabuesos tan finos de olfato no dan con los agujeros negros que dejan las grandes fortunas, los bancos, los políticos corruptos y etcétera? ¿Por qué no usan con ellos los mismos procedimientos que han usado conmigo, y así no haría falta desmantelar colegios, institutos, universidades y hospitales, etcétera, por falta de medios? ¿Por qué no husmean dentro de esos proyectos faraónicos en donde se dan con tanto vuelo las cuentas del Gran Capitán?".

Y dejando una moneda de 50 céntimos, esperó por sus vueltas. Y con su céntimo sobrante, caminó hacia su casa lleno de santa ira y mascullando qué sé yo. Cuando me lo contó, les juro que me quedé absolutamente desorientada, como si me hubiesen puesto la cabeza bajo el agua. ¡Cuarenta y nueve céntimos de euro versus millones en la especulación, en el blindaje de sueldos, nepotismo, recortes en los salarios que andan al límiteÉ No tengo que enumerar más delitos porque sería redundar en lo que todo el mundo sabe, y resabe si cada mañana comete la imprudencia de leer los periódicos o escuchar la radio con el desayuno. Nuestra capacidad de asombro se nos está volviendo, por desgracia, peligrosamente cotidiana.

Ojalá fuera justa esa medida; quiero decir, ojalá fuera la medida que se usara con equidad para todo ciudadano. Pero está visto: la ley es una cosa, la justicia, otra. ¡En finÉ! Créanme, nada me daría más placer que escribir sobre la divertida "moda vintage", o la nueva puesta en escena del Edipo en Madrid, o la capacidad de revertir su estado adulto y convertirse en pólipo que tiene la "hidromedusa turritopsis nutrícolo" ¡uau!, y que por ello, la tía, nunca muereÉ Si tuviera yo ánimos para escribir sobre todo eso, fuera señal de que cosas malas no estarían sucediendo, que desgraciadamente son las que venden. Pero quién osa escribir sobre asuntos tan "normales" con la que nos llueve encima.

Resumiendo: se nos machaca con que la ley, en democracia, a todos nos iguala pero, ¿de verdad lo creen? ¿No es cierto que los peces gordos rompen la red con increíble impunidad las más de las veces y corren a instalarse en bonitas zonas abisales, mientras los "pezqueñines" se quedan arreglando los estropicios?

Quería también decirles que el tema del presente artículo está basado en hechos reales. Y créanlo o no, por Júpiter que no miento. 

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